Ariana reportándose: Capítulo 11

Hola, soy Ariana. Tal vez algunos me conozcan, especialmente los que siguen la historia que escribe Zack :) Y seguro se preguntan por qué estoy yo publicando una entrada suya, pero no se asusten, no se ha muerto, no lo creo capaz de morir antes de terminar la historia que tiene pendiente... al menos yo no lo dejaría morir. Así lo atormentaría xD Ah, es cierto, provoqué una pregunta. La respuesta a ella es que me lo encargó porque no iba a estar disponible a la hora para publicar el nuevo capítulo, que es ya el número 11 (él le dice undécimo :D). Me habló antes de cambiar el día de publicación para hacer las cosas más sencillas debido a que no quiere confiarme el trabajo de la publicación, pero parece que no ha tomado una decisión al respecto aún. Así que por eso estoy aquí yo publicando hoy este nuevo capítulo, el 11. Me agrada poderme dirigir a ustedes, y espero poder hacerlo en otra ocasión. Pero por ahora ya terminó la introducción al capítulo. Espero que a juicio de Zack no me haya excedido ^^º Les dejo el capítulo.

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo undécimo.+.+.+.+.+.+.


Poco a poco, cuando todos hubieron visto la actitud animada de la locomotora, se fue haciendo silencio.
“¡¡¡¡Fiiiiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu…!!!!”, silbaba. Un gran “¡Oh!” por parte del público y un paso hacia atrás. Luego el silencio, un paso hacia adelante, y nuevamente lo mismo. Algo de nunca terminarse si el hombre de negocios no intervenía.
El hombre de negocios, que vestía smoking, salió de entre la multitud, se quitó el sombrero, se dirigió a los rieles y, siguiendo el camino que le trazaban, dio pasos seguros hacia la locomotora hasta encontrarse a unos dos metros. Hubo un gran silencio. Nadie tenía idea de qué era lo que iría a hacer aquél extraño hombre de negro en ese momento, pero tenía un aura de hombre experimentado, de gran labia y un espléndido poder de convencimiento. Parecía no temerle a nada, ni siquiera a que la locomotora avanzara y lo arrollara —amén de que se cumplieran las habladurías de cierta mujer. Salvo que esta vez no podría culpar al conductor.
El silencio seguía. El hombre rebuscó en su saco, cogió un cigarrillo y luego un encendedor. Hizo fuego. Fumó.
— ¿Gustas de uno? —preguntó.
— Eh… Sí, gracias —se acercó el conductor.
— No era a usted, señor —el conductor retrocedió. El hombre de negocios guardó el encendedor y en ese momento se escuchó un gran silbido, seguido de muy continuos parpadeares de las luces delanteras—. ¿Será Morse? —pensó en voz alta, dio vuelta hacia la multitud, que seguía inmóvil—. ¡Hola! —dijo de pronto—, tal vez creas que estoy loco al hablarle a una locomotora. Yo pienso lo mismo. Pero he venido a negociar, así que dejemos eso a un lado. Tengo cosas qué hacer, ¿sabes?, y no puedo estar perdiendo mi tiempo por el capricho de una locomotora parlante. No te lo tomes a mal, pero así es como están las cosas ahora: nosotros perdemos tiempo, tú no ganas nada… ¿O piensas (si es que acaso eres capaz) que conseguirás algo con esto? Es ridículo. No pasará nada. Seamos breves, ¿está bien? Toda esta gente está impaciente —se oyó un nuevo silbido—. Oye, tranquilízate que esto no es un circo de rarezas. Pongamos las cosas en claro. Éste—cogió el cigarrillo y se lo mostró—, si eres capaz de verlo, es para hablar de igual a igual. Yo también soy capaz de echar humo, mira. ¿Le faltarás a un hombre que considera tu naturaleza antes de dirigirse a ti? Eso sería horrible, te lo digo…
Y continuó hablándole por un buen rato. De pronto, ésta ya no silbaba ni echaba humo. “Buen trato, amigo. Veo que nos entendemos”, decía el hombre de negocios. La gente lo ovacionó, o eso creyó él, como si se tratara de un héroe. Él tiró el cigarro ya consumido al suelo y lo pisoteó. “Así es como se hacen negocios, hombre. Trate mejor su capital” se dirigió al conductor. “Ahora sí, vamos todos, pueden entrar. Retomaremos el viaje” gritó éste como ignorándolo.
— ¿Cuánto tiempo hemos estado varados? —preguntó Ariana a su padre ya dentro del tren.
— Ehmmm… casi dos horas —contestó mientras miraba su reloj pulsera—. No hará mucha diferencia, no creo que tu tía se enoje. Pero ya podremos llamarla cuando lleguemos, no te preocupes —adquirió una actitud pensativa—. Una locomotora animada… Vaya… Debe haber sido una ilusión colectiva, seguro algo le falló… Porque, si era verdad…
— Yo la oí silbando…
— Sí, hija, todos la oímos y nos sorprendimos bastante.
— Pero decía algo en su silbido.
— No. Para nada, solo era un simple silbido. Solo no entiendo la locura del hombre del smoking.
Pero Ariana no lo sentía así. Ella había escuchado algo especial en los silbidos, y creía que el conductor también, y probablemente el hombre del smoking. No era seguro, pero no había otra forma para que el conductor le estuviera hablando a un objeto que se suponía inanimado. A menos que estuviera loco, claro, o que le tuviera mucho cariño a la máquina. Entonces ella sería la loca, porque sería la única capaz de escucharlo. Ya no era raro para ella con todo lo que había visto esa mañana en el museo, pero esto era diferente… Esto afectaba a todos, todos podían ver que el tren silbaba por cuenta propia. Solo esperaba que a su padre le hubiera faltado atención a aquello. Así no sería  una enferma mental.
Sin embargo, estaba tanto tiempo divagando que no se daba cuenta de que el tren no avanzaba. Y tal vez todos hayan estado en lo mismo hasta ese momento, porque nadie lo advirtió, que el tren tardaba demasiado en partir. Sonó un silbido, señal de movimiento, volvió a sonar de inmediato. Las nubes de vapor pasando por las ventanas… pero nada más que eso. El tren no se movía.
— ¡¿Qué demonios?! —exclamó el hombre de negocios.
Parecía sorprendido, algo avergonzado. Sentía que hacía el ridículo… Y no era raro, acababa de hablar con una locomotora por un tiempo prolongado, de vanagloriarse de sus dotes de orador y su gran capacidad de convencimiento frente a un gran público. Estaba derrotado, ridiculizado. Sentía que no servía como negociante.
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Eso ha sido todo por esta semana. Muchas gracias por leer este capítulo. Adiós ^^

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