Ariana: Capítulo 10

¿ Alguna vez han sido acosados? ¿No han sentido esa sensación extraña y desesperante de que los siguen muy de cerca sin que ustedes se den cuenta? ¡Es horrible!, ¡horrible! Deben haber pasado por ello alguna vez, ¿verdad que sí? Vamos... digan que sí [ D= ] Digan que... que... [ O.O ] ¡Malditos! ¡Ya los descubrí! ¿Qué tanto siguen mis letras? ¡Acosadores! Son unos acosadores... Tengo miedo...[ T_T ] Pero ya verán, ya verán... me vengaré algún día.
Por mientras, iré con Ariana... ella seguro no me acosa [ u.u ]

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo décimo.+.+.+.+.+.+.


El sonido de las ruedas avanzando, la sensación de estarse moviendo sin moverse. Un silbido chimeneesco. El pasar lento y mínimo de nubes de vapor por las ventanas, y las nubes desaparecen mientras la sensación de moverse es mayor y se hace cada vez más normal, más inmóvil. Gritos, ovaciones, llantos: despedidas. Era imposible evitar todo eso al viajar en tren. Formaba parte del viaje. Y Ariana imaginaba que si algún día faltaban las despedidas, algún hombre cuerdo saldría a reclamarlas. Eran parte del viaje. Por algo se pagaba. Y ella lo veía hermoso. Un genial cuadro de un excelente pintor. La nobleza humana en una de sus expresiones más nobles, por redundante que esto suene.
El tren pronto se alejó lo suficiente de la estación, cortando de una vez todas las despedidas —posiblemente le fastidiaba que los humanos se despidieran todo el tiempo con las mismas lágrimas, los mismos gemidos, las mismas palabras, o tal vez él mismo no podía soportar el sentimentalismo humano, que estaba por contagiársele y hacerlo llorar. ¿Y quién ha visto un tren llorón? Tal vez podría venirnos a la mente el silbido antes de la partida. Tal vez podríamos preguntarnos “¿será que llora?” Pero el hecho es que el tren ya había partido y las despedidas quedaban atrás.
Encontró divertidas las conversaciones con su padre. Él estaba muy entusiasmado —bastante. Hasta hacía muecas con las manos mientras le contaba sus días en el trabajo o sus aventuras juveniles cuando iba al campo con sus amigos—. Ariana reía y le hacía preguntas. Todo era tan normal como debía serlo siempre. Pero no lo fue por mucho. Es decir, no es que un llavero de dodo saliendo del bolsillo del pantalón de un hombre sea algo raro, lo raro era que se movía y paseaba por el asiento y regresaba a él. ¡Y no cargaba baterías! Ariana pensó que causaría un alboroto si el llavero se escapaba y era visto por otros, sin embargo, solo seguía la ruta hace poco comentada, y a veces parecía escuchar la conversación. Así que no le prestó atención, pero empezó a perderse entre las palabras de su padre.
Ciertamente, llega un momento en una conversación en el que todo pierde el sentido y empiezas a querer silencio. Eso le pasaba a Ariana, aunque no lo quisiera, pero ya estaba algo hastiada de las historias de su padre. Eso la hacía sentirse mal con él, pero era inevitable.
Entonces fue que pasó. El silbido —o llanto— del tren, la sensación de ir en reversa, las nubes nuevamente visibles… y el tren ya no se movía. Y comenzaron los murmullos, que pronto se convirtieron en conversaciones altisonantes y, por momentos, en gritos —estos últimos por parte de gente bastante apurada—. “¡Ay, Dios mío!, ¿qué habrá pasado?”, decía una anciana, “Ojalá no se haya averiado”, un joven con sombrero de scout, “No creo que sea tan grave, seguro en un momento vuelve a andar”, un hombre de negocios, que parecía querer calmar a los que estaban cerca de él. Pero no volvía a andar, en serio. Todo el mundo dentro del tren se preocupaba por la situación allá afuera, pero nadie sabía nada. Solo escuchaban, por momentos, el silbido del tren. “Debe haberse vuelto loco el conductor, ¿qué hace tocando eso a cada momento?, ¡me crispa los nervios!”, la misma anciana, “Señora, no se preocupe, ya verá que partiremos pronto”, nuevamente el hombre de negocios, que se había levantado y dirigido hacia donde la anciana. Al parecer, temía que provocara histeria colectiva, y no era algo justificable porque, según él, el tren se movería pronto.
Ariana, como muchos, observaba por su ventana, esperando ver algo que le ayudara a comprender la situación, pero no había nada de eso, solo a veces lograba ver la sombra de un hombre haciendo una serie de gestos con las manos, muy probablemente el conductor.
La incertidumbre llevó a las personas a bajar de sus vagones. Los del vagón de Ariana bajaron luego de que vieron a más gente afuera. Todos se habían ido a hablar con el conductor, a pedirle una explicación lógica para el incidente. La multitud, como vería Ariana al bajar del vagón, estaba siendo controlada por un joven que decía ser el asistente del conductor. Este sujeto les impedía a los demás pasar muy hacia adelante, como si quisiera ocultar algo.
— No es necesario que vayan hasta la locomotora. No hace falta, en serio… —se le veía algo nervioso—. El conductor se está haciendo cargo… no hace falta que vayan… —pero las personas se mostraban cada vez más enojadas, le gritaban o intentaban empujarlo para pasar más allá.
— No habrán atropellado a alguien, ¿no? —dijo una mujer— ¡Santo Dios! Por eso no nos deja pasar —el ayudante cayó en un total nerviosismo, la voz se le cortaba ahora.
— ¡N-no! —dijo reclamando— ¡Cálmense!, p-porfav-vor. No ha pasado… nada de eso… —luego se resignó. Se dio cuenta de que no podía con ellos— vayan y vean… si es lo que quieren.
Así fue que se movilizaron hacia el frente, a la locomotora, donde se suponía que estaba el conductor. Caminaron entre murmullos, algunos quejándose de la incompetencia del asistente, otros compadeciéndolo y dándole la razón, y otros más renegando de que el conductor utilizara a alguien más para “hacer de las suyas”, aunque no entendieran muy bien a qué se referían con eso. El asistente los siguió en silencio.
Cuando llegaron, no mucho después, escucharon algo insólito, además de los constantes silbidos, al parecer automáticos, de la locomotora —porque al pasar, comprobaron que nadie estaba en la cabina—. Las personas empezaban a lanzar gritos de asombro. La multitud detrás de los primeros era también curiosa y quería experimentar la misma sorpresa, por lo que empezaron a empujarse por un rato. Interesante forma aleatoria de ver alguna atracción, interesante forma de recibir golpes indirectos también, pero eso no importaba, la curiosidad está primero. Ariana, debido a este sistema de turnos, no pudo ver nada por un rato, sólo escuchaba los silbidos y la voz de un hombre, aparentemente la del conductor, que hablaba con alguien. “Vamos, no podemos quedarnos aquí. Debemos irnos. ¿No puedes dejarnos viajar como siempre?” decía, y luego un silbido. Y escuchó cosas como esa y más silbidos por un buen rato. Luego los comentarios de que el conductor estaba demente o que la locomotora estaba maldita.
Una vez el poco seguro sistema de turnos le permitió ver lo que sucedía, se sorprendió. Aquél, el hombre, el conductor, estaba conversando con la locomotora. Y ésta le contestaba con un silbido. De pronto, pudo ver también cómo los faroles se encendían y apagaban, como si fueran ojos que se abren y se cierran. Y, luego de escuchar tanto los silbidos, comenzó a comprender que no eran simples silbidos. El hombre no estaba loco, de verdad hablaba con su locomotora.

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¡Ya! ¡Ya! Basta... no me sigan [ u.u ]
Bueno, dejando a un lado el tema del acoso... Gracias por leer. Adiós [ >=) ]

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