¿Conoce a Isabela Duncan? 3 (Dear God please help me)

¿Por qué pongo ese título? No, no soy religioso ni estoy desesperado. El único motivo que me impulsó a hacerlo fue que al mismo tiempo que escribía esta pequeña entrada escuchaba una canción de Morrissey, que lleva el mismo título que pueden observar. Y al escucharla hice un pequeño collage mental- esas cosas con las que a veces uno se identifica- de lo que se decía en ella: Dear God, did this kind of thing happen to you? Dear God, please help me. Dear God, if I could I would help you. Es algo sencillo y simple, es verdad; pero Morrissey pone mucho sentimiento al cantarla y en eso radica lo cautivante de esa canción. Sin más preambulos doy inicio a este tercer capítulo... P.D: El sabado publicaré otro más...

¿Conoce a Isabela Duncan? Capítulo tercero.


Eran las siete de la mañana y los primeros rayos de sol empezaban a calentar las cabezas de los viejos perros callejeros que solían dormir en la plazuela del pueblo. La plazuela era el lugar preferido de los niños para jugar y en cada uno de sus extremos había pequeñas bancas donde solían sentarse los viejos a solo sentarse y ver algún recuerdo pasar. De no haber niños se podía decir que el pueblo estaba muerto. Contaba también con una pequeña pileta llena de hojas secas y envolturas que se habían acumulado hasta llenarla completamente, desde hace años ni una gota de agua había emanado de ella; pero para los niños siempre estuvo llena y se sumergían entre las hojas de la pileta, para disgusto de sus madres, que luego tenían que vérselas con los trapos.
Uno de los perros- el más pequeño de todos- , que andaba olfateando un peculiar olor, quizás sintiendo un poco de curiosidad, se acercó a una de las bancas para ver quién era el extraño individuo que invadía su territorio, toqueteó con su nariz húmeda la cara del hombre que se encontraba con la boca abierta y los brazos colgando de los extremos de la banca; al ver que no reaccionaba, comenzó a lamer la cara del sujeto, que sonreía producto de la realidad que se le proyectaba en el sueño. Se veía o solo sentía que estaba en su lecho- pues estaba con los ojos cerrados- besando a su esposa, un beso apasionado que se acabó al escuchar un ladrido.
Se levantó exaltado mientras esperaba unos breves segundos a que su vista se aclimatara al día. Frente a él podía ver una pequeña silueta negra con un punto rosado. Al aclarase su vista pudo ver a un pequeño perro negro que se encontraba jadeando mientras una larga y espesa baba salía de su boca hasta tocar el suelo. Se tocó la barbilla casi por instinto y pudo sentir que la misma espesa baba que estaba viendo se encontraba embadurnando todo su rostro.
- ¡Maldita sea, largo de aquí!, ¡vete!- gritó colérico, Matías.
El pequeño perro lejos de hacerlo se puso a gruñir y ladrar al sujeto por el cual antes había mostrado simpatía.
- ¡Así que bravito te crees eh!- dijo en tono de broma al escuchar los débiles ladridos del perro, que lejos de intimidarlo le causaban gracia-. Ya, anda, vete- volvió a repetirle en un tono más leve mientras aplaudía hacia el lugar donde estaban los otros perros.
El perro dejó de ladrar repentinamente y se quedó observándolo fijamente con una mirada curiosa por un momento, ladeo la cabeza levemente, miró hacia donde estaban los otros perros y empezó a correr hacia su encuentro.
- Menudo animal- dijo sonriendo- parece que entendiera. Quizás a veces solo quieren un buen trato al igual que todos.
Se levantó de la banca, estiró un poco el cuerpo y cuando iba a empezar el camino a casa pudo ver cómo un par de señoras se reían. Estaban a una distancia considerable, pero juraba que podía escuchar su cuchicheo, aunque solo eran las palabras que en su mente se imaginaba que estaban diciendo. «Deben haber estado viendo el beso que apasionado que me daba mi “adorable esposa”, en realidad sí que se parecen», bromeó.
Luego de que se fuera Romualdo se había quedado bebiendo con otros de los concurrentes al bar. Los mismos que antes habían volteado para ver a Romualdo gritar exaltado y burlarse del hecho, se habían convertido en sus nuevos compañeros de carcajadas; al menos mientras durara la cerveza. Había comprobado su vieja teoría de que todos los desconocidos se vuelven los mejores amigos en torno a una botella. A mediados de las cuatro de la mañana- cuando ya todos habían caído uno a uno y su mano tocó vacío en su bolsillo- fue que decidió que ya era hora de irse a casa. Hasta el encargado del bar se encontraba dormido en la barra, cosa que aprovechó para salir lentamente del bar y dirigirse al lado de su bella esposa, que lejos de estar preocupada había estado furiosa esperando que viniera su esposo para armarle un pleito. Esperó hasta las doce, y acabada su paciencia, cerró la puerta con candado y clavo, y se echó a dormir con la firme resolución de no abrir por más que Matías se pasara tocando la puerta toda la noche.
No era nada nuevo que Matías se pasara de copas. Su padre había sido un asiduo bebedor y desde los doce años se llevaba a su hijo a los bares luego de trabajar. “Para que seas más hombre más rápido”, le decía, “tienes que aprender a tomar de una vez para que después no estés dando pena”. Matías recordaba siempre con una sonrisa llena de ironía las palabras de su padre: tal y como le dijo, no hubo una noche en la que fuera necesario que lo cargaran en hombros a su casa ni que luego se enterara por palabras de otros alguna tontería que hubiera realizado; siempre se levantaba totalmente sobrio de la mesa- si es que se puede llamar así a una persona que pese a haber bebido toda la noche no presentaba ningún signo evidente de embriaguez- y emprendía el camino a casa con la única intención de echarse a dormir. Al contrario de su padre, su maestro en la bebida, que más de una vez hizo el ridículo producto de haber tomado solo unos cuantos vasitos. Por suerte siempre tuvo a Matías a su lado para que lo llevara en hombros y escuchara en el camino toda la sarta de incoherencias que tenía que decir. ¡Nunca se callaba! Siempre tenía algo que decir y exigía que se escucharan todas sus incoherencias. Pobre su madre, ella tan buena y tan santa, tenía que desvelarse por tener que soplarse todo el discurso.
Debido a estos pensamientos en los cuales Matías se encontraba sumido no pudo advertir que una persona venía en su dirección contraria. Solo notó su presencia cuando estuvo demasiado cerca y sus hombros se chocaron.
- ¡Ten más cuidado!- gritó Matías mientras volteaba para ver al hombre con el que había chocado bruscamente.
- Ten más cuidado tú- escuchó de respuesta.
Al voltear pudo ver a un hombre vestido de camisa a cuadros, pantalones desgastados y un sombrero de paja que no dejaba apreciar bien su rostro. Las ropas parecían colgar de su cuerpo de lo flaco que estaba, dando la impresión de estar viendo a un espantapájaros. Era Santiago sin sombra…

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