Uróboros de fiesta

Uróboros de fiesta


Yo soy machista. Pepe también. Y quizá la mayoría, si no todos, mis amigos. «De hecho todos lo somos», había escuchado decir a mi amiga feminista. A la dueña del santo. Cumplía 23 años un 23 de abril, día por lo demás cargado de toda una simbología amable con las muertes de los clásicos español e inglés, amén de nuestro Inca mil veces repudiado por quejón y, hay que decirlo, malquerer a los suyos desde afuera, tan actual, Mario, tan actual... Si bien es cierto que fuimos a la reunión más bien derrotados que entusiasmados, ya dentro de la casa decidimos no solo poner nuestra mejor cara sino comprar bebidas. Harto trago, compadre, que hoy quiero chupar. En el ínterin Pepe, ¡el gran Pepito!, intentaba «algo» con una amiga de mi amiga feminista, recordé el «todas estamos en la lucha, Juanito, pero nos gusta ‘esta’» que tanto me afirmaba mi amiga. «Dame un beso, Juanito», me imploraba, «dame un pico, huevón», me susurraba al oído, «para poder agarrarme a la chata que está más rica, conchasumadre». «Nada, compadre», me excusaba, «no eres mi tipo», mentía, que «podría hacerlo con Yoshi», jodía, que tenía un parecido a un baterista japonés. A lo que Yoshi respondía con una negativa que en el fondo aplaudía. Azuzado por mi amiga y su amiga, Pepito insistía, todo esto bajo la mirada atenta de un grupo de chicas, invitadas de mi amiga de hecho, que estaban alejadas de nosotros. Como si estuvieran en otra onda. Nunca las había visto. ¿Serían feministas? En ese momento de la reunión, porque, ¿qué es un cumpleaños después todo sino una junta de amigos en busca de agasajar a un amigo o colega por su nacimiento?, no sé si por lo alcoholizado, Pepe ya había perdido toda dignidad al rogarme falsamente, casi de rodillas, que lo bese. «Igual la besarás, huevón», le argüí inútilmente al oído, «me la quiero cachar, pues», fue su contundente respuesta al tiempo que a Yoshi lo empujaban del alfeizar de la ventana para que cayera en el mueble. «Es tu oportunidad, Juanito», me dijeron mi amiga y la chata en discordia. Reculé al momento que vi la incomodad de Yoshi, su rictus de resignación, si acaso, y, retórico, aduje que jamás besaría ni obligaría a alguien que no quisiera hacerlo. Eso es violencia, pensé, es un tipo de violencia. No recuerdo si fue porque me pidieron trago o porque simplemente la situación era del todo insostenible que dejé a Pepito en aquel impase. Predicamento odioso sus ganas de besar a alguien. O cachársela, como me había confesado. O quizá porque comenzó a vociferar frases respecto de cuál viril podía ser. Son huevadas. Yo ya estaba con el resto de mi gavilla. Había ido con unos colegas que solo tenían ganas de tomar y conversar de libros o de la vida. O de putas, que es una forma de vida. O de ganársela. Yoshi me dice, más bien resignado que triste «ya pasó». «¿Qué?», le pregunto, «¿¡qué!?», repito intuyendo lo que en efecto ya pasó. «¿Qué es un beso después de todo?», le pregunto a Yoshi inútilmente. Él, más que impávido, desinteresado, me dice que «nada, que ya da igual». Ya nada importa, ¿verdad, Yoshi? Decidimos que dejar a Pepito besar a la chata de lo lindo, con total comodidad, compadre, era lo mejor, en el espacio que mediaba entre el baño y una suerte de sala de estar con un tragaluz. Yo había estado en la casa  de amiga muchas veces. Tantas... Si bien es de un piso es más bien espaciosa. En el recinto donde debería estar el auto, el garaje, le dicen, está como que una pequeña sala de recibimiento, de visitas. Con una cómoda, mueble chapado a la antigua, y una mesa circular con tres sillas, era el lugar perfecto para las tertulias, las conversas y el buen joder. Amén de una cama que albergaría, dichosa, a cualquier tertuliano que decida quedarse. Como para separar finalmente este espacio de la sala está un librero con muchos libros de historia de Francia no solo en español sino en inglés. Arriba de aquel lucen hermosos aviones a escala de la Fuerza Aérea del Perú. Atrás, otra mini sala, esta aventajada por una abertura, un tragaluz, que deja observar lo que permite el cielo limeño, estrellas a años luz de nuestro Sol o nuestro planeta. Y, por último, separada con ventanas enormes de madera, la sala de mi amiga. En fin, Yoshi y yo sí habíamos ido por mi amiga, la cumpleañera. Al rato nos sorprende Pepe todo contrito y maltrecho, malhumorado, nos dice que «una cojuda le dijo a la chata que su celular no paraba de sonar y la putamadre y se la llevó, conchasumadre». «Tranquilo, Pepito», le dije, «así son las amigas», mentía mientras me cuidaba de no ser machista ni denostar al feminismo, aquel que sé que practican mi amiga y sus amigas. Por la molestia que emanaba mi amigo decidí ver qué pasó y por qué actuaron así contra él. No es que Pepito se haya querido aprovechar de la chata, ¿o sí? ¿Acaso la chata estaba tan alcoholizada como para no decidir por ella misma? Simplemente ella quería besar a alguien y mi amigo también. «Yo me la quería cachar», compadre, había agregado al final. «Un polvo de fiesta, estaba forrao’, 'mare'». Con la excusa que se acabó el trago me acerqué a la sala. Mi amiga estaba con sus amigas escuchando música de lo lindo. Parecía que en los tres ambientes, el garaje, la mini sala con tragaluz y su sala, había fiestas paralelas.  Pedí trago infructuosamente para los colegas sedientos del elixir de la vida. «Prepáralo, pues», me dijo mi amiga. «¿Hay hielo?» «En la cocina. Está preparándose», me dijo su madre oportunamente, «espera un ratito». Le pregunté a mi amiga si podía cambiar de canción. Como su respuesta fue afirmativa puse una de Jack Ü, donde sale Macchu Picchu en el video clip. Había tenido sueños con cerros y mucha vegetación, pero ni bien terminaba de acomodarme en el mullido mueble escucho que, de pronto, Skrillex toca cumbia. Las amigas de mi amiga que estaban en el mueble del frente a la mesa habían cambiado mi video, mi canción. No les dije nada por respeto a mi amiga, al menos hubieran esperado que termine... «Qué haces, huevas», me dice, Pepito. «Espero el hielo», fue lo que obtuvo de respuesta. Una chica, alta, delgada, guapa, le dice «permiso, permiso», al tiempo que voltea el televisor para el lado opuesto de donde estaba y comienza a bailar con sus amigas. Es una cumbia cantada por una mujer con el cabello rapado. Toda la banda está compuesta por mujeres. Parece un rap. «¡¿Todas en la lucha?!», les pregunta. «¡Qué levante la mano a la que le gustan las mujeres!», vocifera. «¡A mí, a mí!», se oye que la mayoría repite en coro. Veo a mi amiga y pienso que eso es mentira: ella es bisexual. «Me siento excluido», le digo a mi amigo. Ellas bailan, danzan al ritmo de las canciones de rap con el televisor que da hacia ellas en la sala con las otras amigas de mi amiga que no pertenecen a aquel colectivo, ya a todas luces, feminista y, naturalmente, con mi amiga. Cuando por fin están listos los hielos, mi amigo prepara una jarra de trago, «con mucho amor, compadre, porque esta mierda, estas buenas mierdas, se hacen con amor, chuchasumadre, y no jodas, mierda». Cuando regreso por más trago encuentro la puerta cerrada. Aquella que daba a la sala, les hago un ademán desde la ventana a las chicas para que me abran y una, otra vez la más alta y delgada, se acerca y en vez de dirigirse a la puerta cierra las cortinas. Ahora es una fiesta privada, pienso, debe ser una broma, seguro que ahora me abre. Un tipo que estaba sentado fumando en el sillón de la mini sala al aire libre, al observar la escena, al observarlo todo, me dice que se lo esperaba y que no le importa, se llevaron a una que tenía... me dijo, casi imperceptible. Ya no lo escuchaba. «Esto es violencia, un atropello», le digo. «Para mí esto no es violencia, ¿sabes por qué?, porque simplemente no le importa». Lo observo con ira al tiempo que grito que «¡cualquier acto discriminatorio es violencia!». Me dijeron que entré a la sala por la ventana y boté el televisor de 50 pulgadas de mi amiga y que vomité en su torta. Yo no lo recuerdo.

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