Caín: El Segundo Fruto Prohibido



El pasado, amiguillos, cuando la humanidad daba sus primeros pasos y los demonios rondaban libremente por la tierra. Los humanos eran humanos y tenían miedo a lo incomprensible, y los ángeles eran ángeles, caídos, y veian a los humanos y los tentaban y... Esto es Caín, sin Caín. 


El Segundo Fruto Prohibido


Hay oscuridades más profundas que otras, palabras que dichas bajo ciertas condiciones podrían sentenciar la naturaleza de un ser a horribles castigos. Hay miradas insondables que no significan nada y risas maliciosas que tan solo sugieren macabra diversión. Hay quienes dicen que los ojos de un ángel poseen bondad y misericordia; que verlos te ablandan el alma y despiertan en ti la ternura.
La realidad es que cuando ves los ojos de un ángel, accedes a la ventana de la eternidad; entiendes que en sus largas caras no hay gentileza, porque su vejez no se nota en sus rostros y va más allá de la comprensión humana. Accedes, cuando atraviesas la ventana, a una crueldad que los humanos no pueden concebir, a verdades que no tienen sentido y a sermones  repetidos tanto que ya no sugieren nada.  Con los ángeles caídos es igual, tal vez sus mentiras sean más elocuentes y sus verdades más creíbles. Al fin, solo son justificaciones inútiles y ellos lo saben.
 
Al principio, cuando todavía creíamos que veníamos del barro y que el aliento de Dios conformaba nuestros espíritus, cuando éramos pocos y nos acurrucábamos los unos con los otros sin importar las diferencias, por miedo a lo que se encontraba afuera, en la oscuridad… por lo que nos habían dicho los ángeles, según palabras del Antiguo Adán. En sus largas pláticas solía hacer referencia a lo terrible de los demonios, a como nos engatusaban con sus palabras… que tuviéramos cuidado cuando él ya no estuviera. Decía que los brazos de los ángeles caídos nos rodearían, sonreirían y te sentirías a gusto con ellos,  nos ofrecerían la manzana. Un mordisco nada más, solía hacer énfasis en eso, y caes a la perdición… ¿y qué podemos hacer de todas formas? Nada. 
 
Al principio, le temía a la oscuridad, como todos. Le temía al vacío al que entrabas cuando estabas ahí, hay seres a los que no entiendes hasta que no ves con sus ojos lo que ellos ven.  Entré a la oscuridad porque escuché su voz y su voz era hermosa y aludía a Dios y a sus ángeles, a la música de sus querubines y lo vi, en medio de la oscuridad, como resplandeciente y era verdad. Era hermoso. No me cuestioné por qué un ángel se hallaba en la oscuridad. Lo vi y él me vio a mí, y me ofreció su mano y me dijo: ¿No tienes miedo? ¿Acaso no sabes que en la oscuridad se esconden las terribles verdades que los humanos no deben encontrar? Estaba aterrorizado, todo mi cuerpo temblaba, me había orinado sin darme cuenta.

Toma mi mano, dijo, tómala y no tendrás miedo. Estaba aterrorizado, preguntándome, ¿qué hago en medio de la oscuridad? ¿Es él en verdad un ángel? La duda estaba ahí, plantada en lo profundo de mi consciencia,  pero su sonrisa era hermosa. Tomé su mano porque me proporcionaba una seguridad más fuerte que la del fuego y porque pude ver que en la oscuridad solo habitaban las tinieblas y en ellas encontrabas voces nada agradables. Sugerencias catastróficas… imágenes que te llevaban a la locura. El resplandor del ángel, la sensación de amor que emitía el estar junto a él…

Y una duda. Una duda que no podía sacarme de mi corazón. ¿Qué es una duda ante la grandiosidad de un ángel? No es nada, es un distractor… ¿era mi corazón pecador? No lo sabía, las tinieblas me daban miedo y él estaba junto a mí y pronto hubo más ángeles y todos hablaban sobre el paraíso y parecían tan felices. 

¿No quieres aprender a defenderte contra el mal? Dijo uno y asentí, y sonreí de manera amplia y les dije lo bien que me sentía al estar junto a ellos. Todos reían y yo reía con ellos. Las risas callaron y los miré nuevamente. Lo que vi fue… confuso, sus sonrisas antes plácidas no me daban confianza, sus ojos parecían en cierto sentido vacíos… ¿o era su expresión? ¿Qué había en sus ojos? La forma en la que fruncían sus ceños, quizá, cuando sus rostros no eran amigables. Es difícil saberlo, porque los ángeles son preciosos no importa qué y si hay algo malo en lo que ves. Debes ser tú el equivocado, el terrible, el cruel y no ellos.

¿Cuál es tu nombre, humano? La voz de este ángel estaba llena de hastío, sonaba… no sonaba como los demás, había sinceridad en su voz y ésta sugería mi inferioridad infinita ante él. Ante mí se postraba un Dios que no era, un Dios que no podía ser. Era lo que sugería ante los otros ángeles, su soberbia era  una soberbia admisible y comprensible. Una barrera entre nosotros dos (y tal vez también entre sus camaradas) que no podía ser levantada. Me di cuenta de que era rodeado por todos y él era la cabeza. El líder. A su lado, se acostaba un perro, o lo que parecía ser un perro, tan deforme, tan horrido. La inefabilidad del terror estaba sujeta en esa criatura. 

La duda comenzaba a elaborar una pregunta. ¿Qué hacía algo tan horrible junto al más hermoso ángel que había visto jamás?

Absalom… Contesté y tembló mi voz y mi miedo fue tan claro como la oscuridad que nos rodeaba. Ese es mi nombre. 

Y ellos rieron. 

La paz es mi padre. ¿Es tu padre Dios? ¿No quieres conocer a Dios, Absalom? Tenía miedo, su voz era a la vez tranquilizadora e inquietante. 

Todo se iluminó, fuego salió de su mano y lo que parecían ángeles normales, brillando por su propia cuenta, se reveló como una plétora de seres… irreconocibles. Jamás un humano había visto algo semejante, estoy seguro… no… no lo puedo estar.  ¿Qué secretos guardaba Adam? ¿Era esto parte de los secretos llevados a su tumba?  

Lo que vi, no eran ángeles en todo el sentido de la palabra. Por supuesto, el líder era un ángel. Su sonrisa sugería maldad o asco… pero era un ángel y era hermoso. Gabriel, Miguel… se asomaban a las tribus humanas… nos hablaban de la bondad y ellos eran lo más hermoso que habíamos visto hasta entonces, pero este ¿ángel? Era más hermoso que ellos, se notaba cierta decadencia, su piel no tenía ese brillo pero incluso así podías imaginar lo hermoso que había sido y me dejaba sin palabras. La autoridad que emitía…. Y los demás… esos no eran ángeles o algunos parecían haberlo sido hacía muchísimo tiempo. Sus ropas eran harapos o estaban sucias y algunos tenían colmillos animalescos y otros tenían grandes y majestuosos cuernos… pero eran ángeles. O habían sido ángeles. 

Lucifer. Dijo, un gusto, Absalom. Y su sonrisa no pudo ser más sardónica ante mi sorpresa .  

Lo que acompañaba a Lucifer, no era un perro. Era una bestia, una mezcla de bestias… escalofriante.
Entonces, ¿asumo que no quieres aprender a defenderte de la oscuridad? Pero lo que sugería su voz era una pregunta a la que solo podías contestar con… 

C… claro, ¿q..q..qué me quieren enseñar?  

Una ciencia que va más allá de lo que su triste raza jamás podrá llegar a comprender.

Siguiente>>

0 comentarios:

Publicar un comentario