CAIN: La máscara de auqui - Cap. 0

¡Hola! Los saluda Zack Z., después de un buen tiempo sin publicar en el blog. No es que quisiera desaparecer, realmente me encanta Errror de Imprenta. Hacía, más bien, algunos preparativos para desarrollar una idea que surgió hace un par de años. Para acelerar esto pedí ayuda a Liàre, y es con él con quien estuve armando algunos detalles para el universo de este proyecto. Entonces sentí que era el momento de escribir y aquí está la primera entrega de Caín, una historia de misterio y fantasía en la que alternaremos Liàre y yo. Sin más, les presento...


 
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Despertó con el aleteo de una paloma, y al abrir los ojos se sintió en las nubes. Veía borroso y todo parecía ser blanco, o gris, un gris ligero como el del cielo, "o al menos este cielo", el de esta ciudad. Recordó la razón que lo había llevado hasta allá, el rumor sobre un brujo y la inevitable pelea de la noche anterior. Recordó el dolor en la sien y que por poco queda inconsciente.

Las calles son solitarias a esta hora de la mañana, pero él ya no puede dormir. Al verlas, siente como si todos los años de su vida pudieran resumirse en esa escena. Sin dejar de pensarlo, se levanta y estira los brazos. Al hacerlo, descubre a otro hombre, aún dormido, junto a una pared, algunos metros más allá. Sí, quizá la soledad no sea lo que mejor describa este momento, sino la quietud.


Son similares los inicios de día en todo el mundo, el despertar de la gente, su regreso a la vida. La muerte a él le da nostalgia. Piensa en que lo más parecido a ello que tendrá nunca será dormir. Nació para morir ("¿nací para morir?"), pero las circunstancias lo trajeron hasta nuestro tiempo por una promesa hecha a sí mismo tantos siglos atrás que no puede evitar preguntarse constantemente si su larga vida no se tratará más bien de una misión más grande que alguien lo obliga a cumplir.


Su rebeldía es como el cielo de esta ciudad, que se resiste al azul. Por ello está aquí, buscando a un viejo de nombre José Mallqui, un chamán o un brujo, aún no lo sabe muy bien.


Escuchó por primera vez de él hace dos años, cuando llegó a América y vio un sello mágico, de signos antiguos, en la puerta de un restaurante. Nunca en su vida había visto algo similar. La respuesta que obtuvo del dueño del negocio fue el nombre de una ciudad, y en ese nombre pensó tantas veces que al llegar sintió que llevaba meses viviendo en ella y que su cielo grisáceo era tan cotidiano como respirar.


El hombre al que se enfrentó la noche anterior era un borracho buscapleitos: le bastó cruzárselo una sola vez para que éste quisiera golpearlo sin ningún sentido. "¿Qué chucha me miras, conchetumadre?". Pocas veces en siglos había sido víctima de este tipo de actitudes. No quiso golpearlo, pero al sentir su puño en el rostro supo que no se detendría hasta verlo en el suelo. Entonces atacó y, cuando al hombre le costaba ya mucho levantarse, le preguntó por Mallqui. Una completa coincidencia que lo conociera y hablara sin resistirse. Recibió el nombre de una calle y era ahí donde se encontraba ahora.
 

No le pareció para nada un lugar fuera de lo común. Tampoco sintió nada extraño cerca, como cuando visitaba a los brujos en Europa. Le bastó preguntar una sola vez para encontrarse frente a la antigua casa donde lo esperaba sin saberlo José Mallqui, quizá con una pista que lo ayudaría a cumplir por fin con su objetivo de siglos.
 

Era una casona rosada con motivos que le recordaban Europa, como mucho en esta ciudad. Las paredes con grietas y una rajadura de casi un metro que iba desde el segundo piso hasta la entrada: una escalera angosta y empolvada por la que no dudó un segundo en pasar.
 

Al pisar el sexto escalón se detuvo. Alguien lloraba allá arriba, una mujer. Hablaba de su madre y de una enfermedad. Le reprochaba a alguien que no hiciera nada, quizá ese hombre era Mallqui, el que se quedaba completamente callado hasta que la mujer llegara ella sola a la misma conclusión que él. Debía doler perder a alguien, ya lo estaba olvidando. Recordó por un instante a su padre y volvió milenios al golpe de la noche anterior. Puso su mano sobre la sien y notó que ya no le dolía. A diferencia de él, su cuerpo olvida bastante rápido.
 

Pocos minutos después, bajan ambos. Su mirada se cruza un par de segundos con la del hombre. Está seguro de que se trata de Mallqui, lo sabe a pesar de que viste como cualquier hombre y no como un brujo, a pesar de su vieja camisa y sus zapatos sucios.
 

Y estaba ahí, por fin con la oportunidad de cruzar palabras con este hombre. Se saludaron sin decir nada y subieron las escaleras. La habitación, iluminada tan solo por una bombilla, le daba un aspecto de muchísimo más misterio. Aparte de ella, la luz del día ingresaba tímida por la ventana. «Sírvase», dijo Mallqui, invitándolo a sentarse y probar cancha de un plato metálico en la mesa. Lo miraba fijamente, como si lo estuviera poniendo a prueba. «¿Qué vino a buscar aquí?». Detrás del chamán había un altar con una vela encendida. Caín notó la desconfianza y probó un solo grano. «Busco una respuesta. ¿Conoce usted esto?», sacó una hoja del bolsillo y le mostró el signo que lo había traído a esta ciudad, el sello mágico. Mallqui comenzó entonces a contarle:
 

«El verdadero Mallqui era Julián Mallqui. Mi abuelo era. De la sierra se ha venido porque lo acusaban de sendero. Así se vino. Él sabía de ese sello. Me contó que era de antiguo y que lo aprendió de su maestro en Cajamarca. Secreto es, me dijo, pero poderoso. Espanta todos los males. Cuando era joven me lo contó esa historia. Yo me volví chamán después. ¿Quién eres tú, joven?»
 

Guardó silencio por unos segundos, se alzó el cabello de la frente y le mostró su cicatriz. Los signos que vio Mallqui lo dejaron ligeramente confundido. Caín se levantó de la mesa y, antes de irse, decidió hacerle una última pregunta: «Dígame, ¿es posible revertir la voluntad de Dios?» Mallqui quedó pensativo. Rió creyéndolo una ocurrencia «Si Dios dispone, hay que aceptar nomás, joven. La vida, la muerte. Todo llega de esa forma.»
 

Él ha escuchado muchas veces las mismas palabras, pero aún le duelen. Desearía poder vivir sin esa carga, confundirse realmente entre la gente de una sola época y morir libre. Desearía poder quitarse la cicatriz y no caer en desgracia cada vez que intenta hacerse una vida. Desearía que sus manos fueran útiles de nuevo y que la tierra lo acepte. Pero sabe que todo eso resulta prácticamente imposible. Que escuchará la misma respuesta a donde vaya, con humanos o inmortales. Sin embargo, el mundo es grande y cambia cada vez más rápido. Y esa es su última esperanza.
 

«Gracias», le dice por última vez a Mallqui y abandona el lugar. Cuando lo ha hecho, el chamán descubre la vela de su altar consumida. Respira hondo y, con las manos temblando, enciende una nueva.


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Y eso es todo por hoy. Muchas gracias por leer. Espero que les haya gustado. Saludos ;)

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