Vincent van Gogh

Hola, buenas noches. Es ese el saludo de siempre. Estamos aquí congregados para hablar (y ustedes leer) sobre un hombre que en vida se dedicó a realizar muchas de las ahora reconocidas joyas del mundo de la pintura. Vincent van Gogh murió un día como hoy, 29 de julio, en 1890 y no solo ha dejado muchísimas obras de arte, sino también una historia que contar.

Vincent: Últimas horas


Autorretrato (1889)
Boom... Sonido de un disparo a la distancia.

En los coloridos paisajes de Auvers, y con el dulce sonido del viento en el vacío, un “boom” irrumpió el atardecer de ese apacible pueblo.Un hombre herido, por una bala en el pecho, dibujaba el paisaje con su sangre. Cada paso hacia su huida era un trazo en el verde lienzo en el que antes descansaba y que le había servido de modelo que retratar en múltiples oportunidades. Ahora esa ciudad lo veía morir sin que él lo supiera o creyera, todavía.

Motivos, muchos de ellos, llevaron a Vincent a propiciarse un tiro lo más cercano al corazón. Anteriormente se había cortado la oreja izquierda para regalársela a una prostituta llamada Rachel. Esto luego de discutir con su amigo y conviviente Gauguin en Arles. Van Gogh quiso dañarlo con una navaja, al no poder hacerlo se provocó, él mismo, el daño. Aquella tarde Vincent van Gogh no quiso dañar a nadie con su pistola, a nadie que quizá no sea él.

“Tu matrimonio no me molesta, Theo”. Días atrás su hermano menor había contraído nupcias. “No me molesta en lo absoluto... Pero ahora quisiera verte aquí como en tantas otras ocasiones en las que me sacabas de los más terribles apuros”. Theo se había convertido en una especie de representante, manejador o hasta mecenas del artista, pues era quien le conseguía los trabajos, pagaba sus cuentas y vendía los cuadros que podía, pues se dedicaba al comercio de arte, hecho que no le gustaba a Vincent. “Por qué te sigues dedicando a eso, vender arte es una farsa, una absurda mentira”. En muchas oportunidades despidieron a Vincent por anteponer sus gustos artísticos al de los demás en sus pinturas. Pintaba para él mismo y eso no vendía, lamentablemente.

El dormitorio en Arles (1888)

Llegó a su habitación, aquella que nunca pintó como la de Arles. El rojo de su sangre teñía las paredes. Vincent se acercó a su cama, se echó en ella y espero. No sabía lo que esperaba, quizá nada pues ya se le había negado todo, todo lo que había querido. Su padre había muerto repentinamente, su madre lo echó de casa por la herencia, perdió a uno de sus mejores amigos (Rappard) por no tragarse su orgullo, y se le negó el amor porque simplemente nadie lo quiso amar, ni las prostitutas que pagaba, ni las que recogía de la calle, ni las que pintaba, nadie, ni Úrsula, ni Silen, ni Margot (quien se suicidó al enterarse de que su padre no permitiría su matrimonio con Vincent). Su vida amorosa nunca tuvo final feliz, ni comienzo agradable.
La herida de bala fue más de lo que pudo controlar y fue consumiéndole la vida hora a hora. Su alrededor se pintó de colores oscuros y feos. Vincent se veía como en su cuadro de las patatas, está vez no se las comían a ellas sino a él mismo y nadie lo parecía rescatar. Nadie tocó su puerta, nadie le pintó la vida de alegría.


Los comedores de patatas (1885)

Cerró los ojos y se abrió una puerta, era Theo. Está vez no lo podía sacar del problema en el que se había metido. La bala había hecho lo suyo y la depresión también. Vincent se iba lejos y sin piedad de este mundo en el que había arriesgado todo por el arte, todo, hasta parte de su razón herida.
“Te quiero, hermano”.

Y se fue un 29 de julio de 1890.

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