Un caballero

La ficción de un pistolero *piún, piún*
El viejo oeste. ¡La beligerante obstinación de Zack "Amoeba" Zala! Contra la molesta y fastidiosa sonrisa de un Liàre demasiado pretencioso.
Un niñito nomás. Mátenlo. Shurushushu.
En fin, Doc Holliday es un famoso pistolero del viejo oeste, es, también, uno un poco diferente a los demás pistoleros. La ficción trata sobre una de sus primeras víctimas mortales, para algunos la primera.

Un caballero
Sorbió otro trago de whiskey, un whiskey fuerte que quemaba su boca, era “agua de fuego”, según los indígenas. Era un sabor tranquilizador, relajante. Calmaba su temperamento demasiado volátil, hediondo a pólvora, en las partidas de póquer o faro. Se recordaba a sí mismo que no solo era un temido pistolero, si no un buen jugador.
Doc Holliday

En la apagada luz de queroseno del lugar, con su olor a tabaco, a alcohol, a sudor, todo apestaba, tanto como el olor a pólvora de su temperamento. El interminable murmullo de la multitud, un murmullo demasiado alto, pues eran gritos, un murmullo al que te acostumbras. Él se había acostumbrado.
Tosió un poco. La maldita tos que le había impedido ser dentista, casi la detestaba tanto como a los patanes.
Otro sorbo de whiskey le recordó a Kate, odiaba recordar a Kate. A veces la extrañaba y luego volvían. Y luego volvían a separarse. Para él era un flujo de emociones que no podía comprender, que iba demasiado lejos de su mente educada. Solo sabía una cosa (a veces se le olvidaba, eso sí) que la amaba.
Ese último sorbo cayó había caído en su estómago amargo. No era para nada la anestesia que estaba buscando. Bebió otro trago de inmediato. Se sintió mejor.
El corsé ceñido de una muchacha, con cintura encantadora, le llamó la atención. Su pelo castaño bastante acomodado. Una verdadera dama. Al contrario de Kate.
Ese era otro buen punto de los bares, era un punto que le gustaba. Nunca se había puesto a pensar en los puntos que le gustaban o no de los bares. Estaba seguro de que le agradaba la adrenalina de un tiroteo. Estaba seguro de que le agradaba el analgésico que podía ser el whiskey. No estaba tan seguro de su gusto por las apuestas y hubiera preferido tener su propio consultorio. Estaba seguro de que seguiría sin pensar en esos puntos.
Tosió de nuevo.
Era esa maldita tos insana que le había acompañado desde siempre, que le recordaba a su ya muerta madre. Hacía demasiado tiempo desde que había muerto como para recordarla. Esa tos era el impedimento más grande que podía encontrar y un recordatorio que le acompañaría por toda la vida.
Tampoco le gustaban mucho los patanes que solían encontrarse en estos sitios de “mala muerte”. Aunque para él y otros era solían ser sitios "buena vida". 
Vaqueros en un bar.
— Eh, otro trago, por favor — dijo su voz, casi demasiado cortés.
— ¿Estás de buen humor hoy, eh, Doc? — dijo tras una risa corta y simpática el barman. Nadie lo decía, pero el estilo del pistolero al que tenía en frente, era, cuando menos, peculiar. Demasiado pulcro. Tenía un cabello rubio, no demasiado largo, bastante cuidado, y vestía como un señor de sociedad. Nadie habría pensado que era un pistolero y quién no lo sabía tenía el riesgo de descubrirlo de muy mala manera.
— Eso parece — tosió.
— ¿No vas a jugar?
  — Más tarde.
— Buena suerte— dijo, al tenderle su bebida.
Doc bebió otro trago, casi absorto en la sensación que le producía.
Vio los hombros de la misma muchacha que había visto antes, de corsé amarillo, con su pelo castaño, sobre sus hombros blancos. Volteó, su cabello se sacudió de una manera casi tentadora, y vio su cara de rasgos encantadores, como su sonrisa, casi lo contrario a Kate, pero la amaba. Esta parecía una buena muchacha, pecas encantadoras, ojos castaños que parecían indicar gentileza. Una maravilla de mujer.
Todo lo contrario a Kate. Le dolía amarla tanto, pero luego recordaba la bebida, el hecho de que era una prostituta, y se sumía en sus asuntos; en el juego, en tener sus sentidos agudos. En toser.
—Oye, cariño, ¿no quieres venir conmigo? Te puedo dar todo lo que quieras. Soy Mike Gordon, mucho gusto—. Era una voz grave, muy ronca.
— No— dijo serenamente, una voz experimentada a esta clase de situaciones—, ¿no quieres otro trago? Seguro te vendría bien.
— ¡Oh! Claro que me gustaría un trago, también me gustaría que ese trago viniera contigo incluida— dijo con una sonrisa llena de confianza, demasiado insultante por su misma actitud.
— Ya te traigo otro trago— dijo con esa dulzura que tenía de por sí aquella muchacha.
Doc observaba con sus ojos, para algunos ojos demasiado profundos. Su mente estaba tan profundamente llena de ira, pero tenía al conciliador whiskey en su mano, empapando su boca, sus sentidos.
— Aquí está su bebida — dijo con su sonrisa calmada.
— ¿Y cuál es su nombre, cariño? No te presentaste.
— Emma, voy a atender a otro cliente— se excusó.
— Quédate conmigo, vamos, puedes vivir mejor que en esta pocilga. ¿Cuánto quieres? Eres una prostituta, ¿no?
Doc estalló en ese momento, la pólvora inherente en él.
— ¿No te ha quedado claro que no quiere nada contigo, imbécil? — Tosió luego de decir esta frase, cualquiera que lo hubiera visto, sin conocerlo, hubiera reído. Pero todos lo conocían muy bien.
— ¿Y tú que tienes con ella? No tienes oportunidad contra un militar, crío.
Doc rió por lo bajo. Estaba mentalizado en matar a ese militar engreído, a esa basura que formaba parte de la “autoridad”.
El soldado desenfundó su pistola, todavía demasiado confiado. Esperando a que Holliday se retractara.
— Podemos comenzar cuando quieras.
— ¿Vienes?— Le dijo con una sonrisa socarrona, falta de un diente.
Salieron del bar con miradas expectantes, con un morbo que crecía a pasos de la salida. No se oía casi nada, las charlas se habían detenido. Se oía el mascar del tabaco, un rumor muy leve; una apuesta.
El soldado disparó su arma al cielo cuando salió.
— ¿Estás acojonado, no?
Doc Holliday solo haló el martillo de su revólver. Esperando a que el soldado Mike Gordon volteara. Las miradas curiosas temían por lo bajo, esperando la caída de alguno de los hombres, la aturdidora explosión de algún revólver.
Se oyeron cuatro disparos, uno crujió en la fachada del bar.
Los otros tres atravesaron  el estómago de Mike Gordon. Uno tras otro, atravesándolo mientras sus pies se suspendían en el aire, mientras caía, como en cámara lenta, al piso arenoso.
Doc Holliday no sonrió. No se sentía particularmente orgulloso de matar a un hombre, pero agradecía a ver evitado a Emma a un molesto cliente. Agradecía, más que todo, el sabor del vaso de whiskey que terminó gratificándole luego del tiroteo.

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