Esta vez no es LNF... no porque sea un maldito vago, si no porque quería relatar algo que se me ocurrió. Está en parte relacionado con los relatos épicos antiguos que trataban sobre estrafalarios dragones que tomaban el bus por la mañana, los caballeros que usaban sus armas de asalto para amedrentar a los débiles...
Son historias hermosas, verdad?
Algunos dirán que estoy desanimado, que el aura de fuego que me rodeaba ha desapericido... Y es verdad, no lo niego... se perdió... y la extraño, extraño abrazarla en las noches y susurrarle al oído... era mi más fiel amiga. ='(
En fin, acá está....
----------D.E.P.----------

Una mañana que marcaría su vida, y la de muchos. Un frío atenazante que te quema la piel. Un lívido respiro que se transformaba en uno libidinoso. Todo eso sucedía en un segundo y, a pesar de eso, el segundo seguía siendo el mismo; a pesar de albergar tantos recuerdos, tanta información innecesaria.

Así pues, me dirigía con un aire de fastidio… con una inercia robótica, con mi mente concentrándose en rodear mis manos con el suéter, en ignorar el hálito que soltaba de vez en cuando. Mis pensamientos estaban dirigidos a esa nada inútil, todo era un algoritmo elaborado: mirar a la derecha al cruzar la calle, avanzar con mi caminar más bien lento. Mi hermana detrás de mí, usualmente ignorada. Hoy no sería diferente, eso pensé por un momento.

Una vez hube cruzado la calle tenía que esperar por el semáforo de la avenida principal; otro fastidio que hoy tardaba más. Los hados no paraban de molestarme. Un autobús cruzó por la calle que recién había cruzado, entre gigantes de cemento, entre millares de vida, entre pequeñas arboledas. Sin tomar en cuenta el paso de una hormiga, que se vería salvada por apenas centímetros. Sin tomar en cuenta el grito ahogado de una señora, su intento inútil de sobrevivir.

El grito de un hombre que quiso ser héroe, mientras se bajaba de su carro, estiraba la mano, como si así pudiera salvar algo, como si en su mente hubiera algo más que neuronas. Como si gritando pudiera detener todo, obteniendo no más que una vista excepcional del arrollamiento.

Una golpe seco que la devoraría por dentro, en su mente pasarían miles de recuerdos, pero uno se acentuaba entre esos. Su hijo que, de no ser por ella, no habría tenido oportunidad de llegar a tiempo al trabajo, de atender lo que para ella es su nieto. Su hijo que ahora en su carro siente un vacío en su corazón y se pregunta, extrañado, “¿Qué me hará hoy para el almuerzo?” Y ríe, ríe sin saber que hoy no tendrá un almuerzo, que su vida le acaba de hacer una entrada agresiva, como le llamarían en fútbol.

La rueda pasa por encima de su abdomen, comprimiendo sus órganos, dislocando su pierna luego del impacto. Por sus ojos pasan los recuerdos más hermosos de su vida, su casamiento, su parto, su primera comunión. Todos van hacia un mismo lugar, como queriendo perdurar más en sus escasos segundos de vida. El pánico ya juega sus cartas, va por un royal flush, la adrenalina pone su cara de póquer, pero es descubierta por el pánico.

“¿Qué tan cruel puede ser la vida?” Se pregunta su mente inconscientemente cuando, girando por el asfalto, grita sin darse cuenta por auxilio, para que el autobús pare. Quiere que Dios se compadezca de ella pero, muy a su pesar, Dios juega al póquer en el cielo, apostando por algo más que un carcaj de flechas de Cupido.

Mis ojos siguen su cuerpo, todo pasa muy lento. Incluso yo, siendo no más que un crío que se hace llamar desalmado, lo veo todo lento. Los gritos, con tonalidades diferentes, todos anunciando lo mismo con una emoción diferente. Algunos resignados y acostumbrados a que la vida pase. Todos les han tratado mal y lo menos que quieren es llorar por una muerte que no les incumbe. Sus corazones son estrujados y, aunque no lo quieren, sus ojos lagrimean, mas se dicen que deben ser fuertes, que una lágrima es solo un consuelo inútil.

Está el sujeto enfadado con la vida, que trata mal a todo el mundo, que se queja de las injusticias cometiendo más injusticas. Aun él tiene corazón, y gritando, liberando su rabia, escupiendo un manojo de insultos dice que mató a una pobre vieja, quien poco tenía que ver con el maldito celular que le nubló. “Hijo de su reputísima madre, malparido. Ojalá te pudras en la cárcel.” Y él sigue conduciendo, guiándose por el lánguido flujo de los carros.

También está el de corazón noble, un doctor, que se pregunta qué demonios ocurrió, y queriendo hacer algo, creyéndose Dios mismo, se prepara para estacionarse en frente de mi liceo, como si mucho pudiese hacer.

Su cuerpo gira un poco más, su brazo se tuerce un poco. La segunda rueda, ésta con una gemela, le pasa por encima, partiendo la canilla de su pierna dislocada, comprimiendo su brazo contra el hombro y dislocándolo. Aplastando sus pulmones un poco más, sin romper las costillas. Un pánico, un sudor frío recorre las sienes de la mujer, su cuerpo da unas vueltas más, merecedoras de un diez de diez, y termina boca arriba. Su espina parece estar rota.

El autobús frena y su conductor se maldice cuatro mil doscientas veces, pero él sabe que eso no es suficiente. Él sabe que pagará caro, que su hija, que ahora está en el kindergarten, no le verá hoy, y quizá luego sus visitas estén limitadas a una cantidad de tiempo mísera. Él sabe que la próxima vez que la vea por más de una hora será cuando esté a lo menos en la Universidad, si es que su Dios gana esta apuesta.

El hombre que quiso ser un héroe ahora ya está fuera del carro, se apresura a cruzar la calle y, cuando está en un montículo, preparado para ver cómo está la señora, cuando está por pisar el asfaltado de la calle donde yace la malherida, se siente miserable al ver a la señora que ahora respira forzosamente, mirando al cielo. Entonces grita que aún está con vida, pero poco dura este hecho.

El conductor se apresura en bajar de su autobús, realmente no lo veo bajar, sin embargo, sé que su corazón anda en llamas, crepitando y consumiéndose como una hoja de papel. Él sabe que la señora estará bien en el sumo Palacio de Dios, pero que lo que le depara a él es más oscuro que la oscuridad, más tenebroso que Pennywise, aunque apenas y recuerda su nombre.

La mujer que compraba en el quiosco hace un rato ahora se siente aludida con los gritos de auxilio que todos sollozan, siente que ella debe hacer todo, su ego no da para más, eso creo yo. Mi hermana no oye nada, lo ve todo callada. Con sus pobres catorce años nunca ha visto a alguien morir. Como máximo están las películas de Hitler de las que tanto gusta, como máximo están las películas de acción y gore que ve por ocio, ni ella misma sabría relatar lo que sucede y es que tras un segundo, me dice que la mujer del ego inflado, mi madre, ha de estar estresada y de esa forma me sugiere que vayamos a ver como está.

Un maldito obstáculo, además de los carros, una muerte que tarda más de treinta segundos en darse por ida. Asiento con mi cabeza, seguido por un “Bueno…” conciliador. Luego recuerdo lo hermoso de la muerte, y me río, porque soy un malnacido, un desgraciado que vive más del ocio que de otra cosa.

Mis pasos, como antes, lentos. Mis ojos, como antes, autómatas, ven al hombre moreno de estatura media gritar, el conductor, con sus manos en la cabeza, pidiendo mil perdones que nunca obtendrá y auxilio para la señora. Respondido por un grito del injusto hombre del carro que aún no avanza más que medio metro. Un: “Para qué llamar a la ambulancia si ya está muerta, pedazo de estúpido.” Me rió para mis adentros y veo el último respiro de la señora. Un momento extremadamente genial, como les detallaré luego a algunos compañeros con un morbo juvenil.

El conductor del autobús sigue gritando, como si así fuese a revivirla, y lo quiere, quiere que reviva y que viva al menos cincuenta años más y quiere llegar a su casa ya, y acostarse en su cama, pues quiere olvidar que acaba de matar a alguien, sin culpa, lo jura por su madre, lo jura tantas veces que hasta me hace sentir pena.

Me acercó al cadáver al que todavía le faltan varias cosas por “vivir”, el rigor mortis, el pallor mortis. Nombres que he memorizado por un gusto insano por los asesinos en serie y la muerte. Ahora la detallo, como contemplando una obra de arte, ¿y qué más es si no eso? La parca se las arregló para hacer esto hermoso. Su pierna dislocada encima de su vientre, su canilla rota sanguinolenta, su brazo comprimido contra su hombro, dislocado; las huellas de las ruedas por encima de su camisa blanca, sus ojos miraron el último cielo azul al que le podrá atribuir el adjetivo de “hermoso”, pero digo yo que son las nubes las hermosas, volubles.

Entonces el médico que quiso ser Dios se siente culpable por su muerte. Grita mil injurias a Dios pero no pierde la esperanza. Su mano se estira una vez se agacha un poco, pues es alto, para comprobar su decaído y desaparecido pulso. Su barba blanca resplandece por un rayo de luz que tropieza con su barba.

El hombre que quiso ser un héroe, mi padre, siente una culpa tonta e infantil. Recuerda a su madre, vieja… y las locuras que cuenta cuando se dice para sí que el mundo está en su contra, y agradece al desgraciado Dios que tenemos por su vida, la de sus hijos y la de su madre.

Me río, finjo una cara de asombro, y el médico dice, altanero, que la den por muerta y hace un gesto con su mano. Me dirijo a donde está mi madre, en el montículo, y aunque aún oigo y me siento molestado por los gritos del joven conductor, le pregunto que si está bien. Para entonces ya ha llamado a los bomberos, que no se encuentran a más de un kilómetro de aquí y, sin embargo, tardan más de 15 minutos en llegar.

Cuando ya estoy en la entrada principal de mi colegio, me río con un amigo, a la vez que le cuento lo que sucede. A la vez que mi hermana tiene ojos vidriosos y su voz parece que se quebrará en cualquier momento, a lo que, fastidiado, le digo que si quiere se vaya con nuestra madre.

Una mañana extraña en la que nuestra madre nos trae al colegio en su carro, una mañana extraña en la que el frío descubrió a mi aliento, con quince grados centígrados, lo que para mí, friolento y acostumbrado a los veintiún grados, es un frío asesino y cruel, aunque agradable.

“D.E.P”, pienso y me río, esta vez descaradamente, y le agradezco a los hados, pues me han dado una alegría tempranera, una anécdota genial.

Buen día, insanos lectores. Después de haber pasado días trabajando en el artículo del mes, tuve tiempo al fin para continuar realmente la historia inconclusa que les presenté hace poco —aquella de nombre "Ariana"—. Por eso es que hoy les traigo la segunda parte de aquello o, lo que es lo mismo, el segundo capítulo —Capítulo segundo, en palabras mías (y por mi capricho)—. Recibí algunas sugerencias sobre el texto (no aquí... ), que me han servido para avanzar la historia y no estropearla aún —al menos no más... porque estuve a punto... X.x—. También he revisado la historia, así que les pido que lean con confianza, mas sin perder nunca la atención. Así me avisan si hubiera alguna duda al respecto —no me pidan adelantos sobre la historia ni nada por el estilo, porque no lo haré—. Muchos me preguntaron qué eran las comillas esas (algunos ni se dieron cuenta, así que tuvieron problemas), contesto que marcan una narración distinta a la principal. Y bien... creo que eso es todo con respecto a explicaciones. He aquí lo que sigue:

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo segundo.+.+.+.+.+.+.



Ya eran cerca de las once, y las puertas de la casa eran cerradas a las nueve en punto. Pero ella tenía una tolerancia de media hora que no dudaba nunca en emplear, una tolerancia que había terminado por darle un exceso de confianza que acababa de meterla en problemas.
Todos esperaban algo, se notaba en sus rostros, cuya expresión se intensificaba gracias a la luz de la chimenea. Los tres tenían, o parecían tener, grandes expectativas en las palabras de apertura. ¿Quién abriría? Ninguno parecía querer hacerlo. Ariana odiaba en ese momento esa chimenea, que hacía de las circunstancias más tenebrosas, y odiaba también la pequeña sala; su deseo más sincero entonces era que ésta se ampliara para así alejarse de su indignada tía, que la observaba vorazmente, presta a decir mil cosas e imponerle un castigo sin siquiera escucharla por un segundo.
>>— Lo siento... —murmuraba entre sueños.
— Lo siento... —dijo tímidamente.
Su padre se limitaba a mirar a su cuñada, la señora De Freed o, como solían llamarla los pocos que lograban verla—desconocidos para ella o tal vez conocidos que prefirió luego olvidar—, la Viuda de Freed.
La mujer miró hacia la mesita de noche, a las dos tazas de café que hasta hace un momento habían acompañado una de sus más entretenidas conversaciones en mucho tiempo. Cogió la suya y la colocó sobre sus piernas, como si fuera a beber de ella pronto, pero ya no tenía más que una mancha en el fondo, la cual observó por varios segundos, tal vez intentando predecir el futuro, Suspiró.
— Ya es tarde, Ariana —dijo sin levantar la mirada—. Ve a dormir.
La muchacha se extrañó por esto y pensó que quizás la presencia de su padre tenía algo que ver, así que le dio un fuerte abrazo y procedió a subir las escaleras que llevaban a su habitación.
— Las puertas seguirán cerrándose a las nueve — vociferó de repente su tía, algo preocupada.
>>Soñó con su pasado, aquellos días alegres con sus padres, aquella utopía que contrastaba demasiado, y para mal, con sus últimos días. “Lo siento” repetía en sueños, como si ella fuera la culpable, como si no fuera lo suficientemente inocente.
>>Al despertar, la invadió de inmediato un extraño sopor. “¿Habrá sido un sueño?”, pensó como si una simple pregunta como ésa fuera a cambiar la realidad, su realidad, y se encogió, como queriendo negar el mundo…como si se hubiera contestado ya a sí misma.
La voz de su padre fue lo primero que escuchó al día siguiente. Llamaba a la puerta, pero nada era más audible para ella que su voz. Los pequeños golpes en la puerta no eran más que un acompañamiento que le anunciaba su presencia. Pero su voz... "Te esperamos para el desayuno", le dijo. Entonces se levantó rápidamente, tomó un baño y se vistió adecuadamente para salir con su padre, porque saldría con él, a menos que su tía se opusiera... y vaya que sí tenía razones para impedirlo.
Al bajar la escalera los encontró a ambos sentados a la mesa. "No le gusta discutir mientras come", recordó Ariana algo aliviada, pero todavía insegura. Papá le sonrió. "Buenos días", dijo a ambos, y se sentó donde siempre, a la derecha de la mujer, la única diferencia era que hoy tenía a su padre enfrente.
>>Al fin decidió levantarse, decidió que era inútil morir insatisfecha; se arregló lo suficiente y fue al supermercado. Caminó algo desanimada, ida, como arrastrada por sus propios pasos, como automática... Todo debido a su mente en blanco.
>>— ¿Qué desea, señorita? —miraba tan fijamente a la cajera, incluso terminadas sus compras, que ésta no podía evitar la pregunta.
>>— No es nada, gracias —sonrió, aparentando que nada pasaba, y se fue. Obviamente la mujer no se lo creyó, pero hay cosas más importantes para ella actualmente, como su trabajo.
>>En el camino, vio a una niña caminar de la mano de su padre. Parecían felices, ¿lo era ella?, ¿lo sería?, ¿pudo serlo en algún momento de su vida? Claro que sí, recuerda también a sus padres, aquellos días en los que nada más importaba que tenerlos a ambos. Aquellos días... la llenaban de nostalgia. Su vida actual carecía de esa felicidad. Aquella niña y su padre, los perdió al doblar una esquina. Ella, al igual que la cajera, también tenía sus asuntos: debía regresar a casa.
>>Su apartamento era pequeño y sin embargo acogedor, lo máximo que podía pagar con su sueldo. No es que se quejara, tenía dos habitaciones, a diferencia de hacía un año, pero siempre se requiere de más espacio, y ya andaba buscando un lugar más grande. "Pero no tan pronto", quería disfrutar un tiempo más de ese lugar. Llegar a casa y encontrarse con el desorden de todos los días, la sala-cocina-comedor que tanto se movía al punto de ser irreconocible la repartición de los espacios, si es que siquiera existía. Llegar, la mañana después de una noche triste y prepararse una tortilla con unos pocos ingredientes, lo suficiente para saciar su apetito en sus días libres, porque hoy no trabajaba, hoy no había ido a trabajar. ¡Dios!, no había ido a trabajar.
>>Buscó el teléfono en su cartera y llamó a la oficina. "Espero que me perdonen esta" porque seguramente todos entendían su situación sentimental, y todos sufrirían por dentro como ella al verla llegar. Ocurrencias que nacen de esperanzas vanas. Nadie le contestaba. Terminó su desayuno de inmediato y se arregló para el trabajo. Una hazaña. Volvió a llamar, el mismo resultado. Y ante un apuro como el suyo, un ascensor que nunca termina de subir. A por las escaleras entonces. Solo son cuatro pisos, no hay mucha diferencia. Y ya estaba en la calle.
>>Alzó un brazo para llamar un taxi mientras realizaba una vez más la llamada.
>>— A la compañía *** —le dijo al chofer entrando al auto.
>>— ¿Trabaja hoy, señorita? —preguntó el hombre, un anciano de aspecto noble.
>>— Hoy... —repitió extrañada. Volvió los ojos al teléfono y confirmó su inmediata sospecha: era domingo. Estaba perdida. Hacía una vez más el ridículo, como más temprano en el supermercado.
>>— ¿A dónde la llevo, señorita? —dijo el anciano luego de una leve risa— ¿viajará o no? —insistió sonriendo.
>>— Vamos a la Plaza —contestó. Un poco aliviada, tal vez, de que el hombre no se enojara. A la Plaza, lo dijo sin pensarlo, nada tenía que hacer allá.
>>— Muy bien, a la Plaza, entonces —encendió el auto y partieron.

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Así que terminó el segundo capítulo... Bueno, tengo un poliptoton para ustedes: espero que esperen el próximo. Y esperen también el artículo de febrero, a cargo de Anónimo Conocido; estará listo a mediados de ese mes. Eso es todo por ahora, agur! ;D
El silencio debería invitarme a saludarlos, pero no se presentó, así que decidí no saludar a nadie, si no más bien poner eso dentro de las cosas prescindibles que debo hacer en esta entrada. Mil disculpas si ofendo. Pero el tema no es ese, o al menos así no lo he planeado yo; vengo, como siempre, movido por mis anhelos de aceptación y superación personal, y —también como siempre— a compartirles algo —es claro que por el simple hecho de ser esto un blog la idea de "compartir" está implícita, pero déjenme redundar un poco...—. Pero se equivocan si piensan que les compartiré una historia. No, no, no, señores, esto ni siquiera es una historia, pues no está completa. Podríamos llamarla "historia inconclusa", pero llamésmola "Ariana", pues es así como decidí nombrarla. Sé que algunas cosas que dije no tienen sentido, pero permítanme explayarme para ser feliz [ =) ]. Bien, sin más preámbulos, con ustedes.... Ariana


***Nota añadida:
-Antes de empezar, puedes pasar por Días con Ariana (notas intermedias)

.+.+.+.+.+.+. Ariana. Capítulo primero.+.+.+.+.+.+.


— Ya es tarde, Ariana —advirtió el hombre mientras apagaba su cigarrillo en la baranda del puerto. Ella no se encontraba bien, y el ambiente no contribuía a mejorar su estado de ánimo, pero ahí estaba, frente a él, por última vez en mucho tiempo o tal vez en toda su vida, nada podía saber ella del futuro, ni mucho menos él, que decidía irse de pronto y dejarla, como si fuera tan sencillo decirle adiós a alguien cuyo valor cruzaba las fronteras de lo inmaterial.
Ariana dudaba. Hacía frío, pero era lo de menos. Más importante era ese momento. Llorar... llorar... Solo le quedaba aceptarlo. Las razones le habían sido explicadas, y el llanto no haría más que nublarle los ojos. Debía ser fuerte, al menos hasta que él se fuera. No quería ser recordada de esa manera.
— Es cierto —musitó de pronto, cuidando de no decir mucho para no quebrar su voz. Acercó su rostro al suyo y le acarició una mejilla—. Adiós, amor —dijo, cerrando la escena con un beso.
>>— Entonces, ¿qué dices, Ariana?
>>— Sabes que no puedo... No me siento bien, en verdad, ya es bastante tarde.
>>— Vamos, Ara, no seas tan aguafiestas. Será un gran día, ya verás que valdrá la pena.
>>— Lo siento — la miró con un gesto de arrepentimiento. Era su amiga, pero no podía ir contra las reglas de la casa o tendría problemas.
>>— Pero... si no es nada... —suspiró— Tú entiendes a tu familia mejor que cualquiera. Supongo que tendré que resignarme.
>>— Deberías haberlo entendido ya.
>>— Bien. Pero ya es tarde, ¿no crees?
>>— Es cierto, ya debo irme.
Caminó segura y sola todo el tramo que separaba el puerto de la autopista en tanto que el hombre la dejaba de observar, gacha la cabeza, y se dirigía luego al horizonte, como buscando un consuelo. Ella tomó un taxi —el primero que vio— y se fue; él observó lo que le quedaba del cigarrillo en la mano y quiso lanzarlo al mar. No lo hizo. Reservó ese derecho a sus sueños y lo depositó en su bolsillo.
— ¡Basta! —dijo de pronto mientras iba en el taxi. El conductor se detuvo.
— ¿Pasa algo, señorita?
— Ehm… Sí —reaccionó— me bajaré aquí.
Había estado pensando en ello. La escena anterior no dejaba de aturdirla… Se había decidido a bajar del vehículo por simple inercia, porque no quiso contestar negativamente al chofer. Pero tampoco tenía dinero para el taxi; lo poco que tenía apenas le alcanzó para pagar su corto recorrido. Tal vez podría haberlo pagado al llegar a casa; sin embargo, ya estaba fuera, y sus convicciones parecían diluidas por la persistencia de aquel pensamiento.
Estuvo de pie por aproximadamente un minuto, como esperando que alguien pasara por ella, pero sabía muy bien que no sucedería nada como eso, de ninguna forma. Tal vez muy dentro de sí tenía la esperanza de que él hubiera adivinado su no tan loable hazaña y viniera en su rescate. “Imposible” pensó cuando esta idea cruzó por su mente. Y por verse en ridículo ante ella misma se puso a andar deseando que, de alguna forma, aquella idea la abandonara lo más pronto posible.
Llegó tarde a casa, a pesar de lo temprano que había partido. Dejó sus cosas en el suelo y se dispuso a dormir, siempre con el anhelo de olvidarlo todo.
>>Estuvo delante de la puerta sin poder hacer nada al respecto: sus llaves no servían. La hora en que las puertas de la casa se aseguraban estaba algo lejana. No tenía más opciones, debía tocar el timbre y esperar a ser reprendida.
>>Cuando lo hizo, escuchó de inmediato que retiraban el cerrojo de la puerta y vio cómo ésta se abría. Una sensación extraña la invadía, era el miedo, pero no cualquier miedo, le temía a los gritos de su tía desde siempre. Dio un paso hacia atrás. Su padre asomó la cabeza.
>>— ¿Papá?
>>— Haz silencio, hija.
>>— ¿Cuándo llegaste?
>>— Hoy. Pero es mejor que pases; afuera hace frío.
>>Ariana pasó. Allí, a pocos pasos de la puerta, en la sala, se encontraba su tía, su tutora desde que su padre salió de viaje, sentada en el sillón, con un semblante agrio. Con la mirada, esta mujer llamó a Ariana a sentarse. Parecía que su noche no sería tan buena después de todo, a pesar de la presencia de su padre.

.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.+.
Bueno, eso ha sido todo por esta vez. Los espero en el próximo capítulo.
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¿De qué hablar? Hay tantas cosas, tantas cosas que no sabemos y que creemos conocer. Hay tantos mares y tantas partículas de agua como temas... Un tema no depende del interés público, depende de cómo lo haces llegar. Eso creo. Por eso, hoy, 26 de marzo del 2100, hablaré sobre un libro.

Sí, oyeron bien, un libro... Un libro que te hace ver la realidad humana como algo más que un sueño. En realidad no, solo me pareció que sonaba bien decir eso. El libro en cuestión tiene el título con el que bauticé a esta entrada: "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo", así es.

Es un libro escrito por Haruki Murakami. Un escritor japonés, best-seller en su país; Asesino en serie, médico, superhéroe, traductor y samurái que dedica su tiempo a escribir en una máquina de escribir(Mentira, en su PC) y no en vano, es bien sabido que sus habilidades de redacción matarían a un chimpancé en dos líneas.
Haruki Murakami, escritor japonés
Ahora, bien, ¿por qué hablar de este libro? Lo leí, es eso, mentecato.

"Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" es un libro que, tomándome el permiso de clasificarlo como algo, diría trata temas de existencialismo.... Y cómo no recurrir a este tema sabiendo que Japón es conocido, por sus "admiradores", como un país que casi, casi esclaviza a sus "Salaryman" con horarios dificultosos, que te quitan la vida por sus largas jornadas.

Bien, muchos se dirán: ¿qué es un salaryman? ¿Por qué dice algo que no me interesa en lo más mínimo? Me gusta fastidiarlos, es eso. Los salaryman son sujetos que trabajan por un salario, particularmente para empresas; en nuestro caso, algo así como un “Recadero” de un bufete de abogados. No me meteré mucho en este tema. Si alguno es lo suficientemente bizarro como para corregirme con respecto a los salaryman, adelante.

El hecho es que el protagonista está desempleado y, además, casado, lo cual lo hace susceptible a que en ciertos momentos se le pueda clasificar de "Existencialista". Esto, por la línea de pensamiento que sigue el personaje. Hay siempre una constante reflexión, hay un "algo" que lo hace ver su situación y, a pesar de que el libro es una reflexión constante de un sujeto que quizá no está precisamente en sus cabales, no trata solo de esto. Hay un odio inmiscuido hacía su cuñado, un odio que terminará de dejar de ser simbólico para ser todo menos una buena experiencia. Secretos de su esposa y gustos que nunca supo por ser un insensible al ligero contacto que tenía con su mujer.

Se habla también de temas como la canalización del agua, viajes astrales, viajes a la luna. ¡Ciencia Ficción brillante!, en mi opinión. Quién más si no es Murakami. Ah, disculpen, me fui del tema.

Bien, se trata la canalización del agua de un modo bien especial. Hablan de un bloqueo de la circulación del agua, y esto, precisamente, trae problemas al protagonista, un supuesto bloqueo... Los bloqueos son malos por naturaleza, son crímenes que nunca debieron existir. Bien se lo pueden preguntar a un escritor.

No, en serio, trata temas muy ligados a lo psíquico, cosas tales como la predicción vaga de las cosas. ¿Saben?, como las heces que tira al aire el astrólogo que metido en su mundo inconsciente le habla a sus cartas. Precisamente así: el protagonista es constantemente advertido de cosas que le sucederán, pero descripciones más bien vagas y él, con nada que perder, creé en lo que le dicen, quizá aceptar, sería el verbo correcto. Qué si le toman el pelo y es un idiota, quizá, pero más idiotas ellos que tenían la razón sin saberlo.
En fin, esta serie de hechos y proyecciones astrales que se van desencadenando traen ciertos problemas, uno de ellos que tenga sueños mojados una cantidad innumerable de veces, pero también van llevando al protagonista, y al lector, lentamente hacía la resolución de todo. Y todo por un gato perdido, ¿quién se lo iba a imaginar?

Una chica tipo Loli que trata de seducir a un viejo treintón, que buscando respuestas a cosas que aparentemente no tienen sentido, hacen que el protagonista, Tooru Okada—no lo había dicho, ¿verdad?, termine pensando. Ah, además de llamadas eróticas que el susodicho protagonista tomó a petición sin darse cuenta. Les digo algo, pervertidos, este es su libro, de corazón.

El libro se vale de narraciones interesantes, pero parece que al escritor se le chispotea y le da por escribir cosas que a mí, en lo particular, me llegaron a cansar. Se basa un tanto en historias del pasado que relaciona con la historia que él narra, y que terminan teniendo coincidencias que ni el mismo Okada se llega a imaginar. Terminas aprendiendo que no hubo alucinaje, que es una mentira del gobierno. Y el protagonista, en su libro, en son de manganzón se las arregla para luchar con el ejército imperial de la China Socialista, pasando a colonizarla y a enfrentarse con la Mongolia de Gengis Kan y la Rusia de Stalin(No se lo tomen todo en serio). Eso es lo importante, con esto termino este articulazo.